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‘Kingsman: El círculo de oro’: espectáculo gamberro.
La segunda entrega de Kingsman repite, uno por uno, todos los ingredientes que convirtieron a la primera en una de las mayores y más agradables sorpresas de 2015 y es, como ella, un gran espectáculo gamberro: escenas de acción virgueramente rodadas, un montaje rompedor, mucho sentido del humor negro, efectos especiales apabullantes, violencia desatada y un puntito macarra y un (aunque torticeramente resucitado) Colin Firth que confirma una vez más que podría haber sido el mejor Bond de todos los tiempos. Se le puede, y se le debe, achacar, eso sí, que en algunos momentos adolece de falta de frescura y originalidad respecto a su predecesora y se limita a repetir, casi al pie de la letra, chistes y situaciones que funcionaban de maravilla y ahora producen cierta sensación de déjà vu.
En el lado positivo, hay que destacar la incorporación de un excepcional plantel de secundarios que enriquecen la propuesta haciendo el cafre a discreción, desde Halle Berry hasta Jeff Bridges, pasando por Channing Tatum, un muy autoparódico Elton John y, por encima de todo y de todos, Julianne Moore, que compone una megavillana que ya hubiera querido para sí algún episodio de la saga 007. Al margen del espectáculo puro y duro, la película también tiene su trasfondo ético, al plantear el tema de la legalización de las drogas y denunciar las aberraciones que puede llegar a cometer en el ejercicio de su cargo un Presidente de los Estados Unidos visionario, psicópata y desequilibrado (léase, sin ambages, Donald Trump).